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miércoles, 9 de junio de 2010

Despertares



Me había despertado el aire frío de las mañanas de agosto.
La suave luz que penetraba por la ventana, con la persiana
casi totalmente levantada, me permitió ver tu cuerpo en la
penumbra. Faltaba todavía más de un cuarto de hora para
las fatídicas “seis y cuarto” de cada mañana, pero tu imagen
me desaconsejó volver a dormir. Tenías una pierna doblada
bajo la otra y los brazos extendidos hacía arriba, en una
posición más propia de baile que de sueño. Tu respiración
era entrecortada pero tranquila. La camiseta con la que
dormías, se había desplazado hacía arriba y dejaba al
descubierto tus piernas, hasta casi la cintura. El pelo
te caía a lo largo de la cara, dando la sensación de estar
recién peinada, Tu boca entreabierta incitaba mis besos.
Por un momento tuve ganas de despertarte y hacerte
ver lo bonita que eras, pero fui consciente de lo necesario
que te era el sueño en aquellos momentos y preferí
continuar mirándote. De mala gana fui a afeitarme con
tu imagen grabada en mis pensamientos. Tardé poco.
Quería aprovechar los minutos que aún me quedaban,
para continuar observándote. Habías cambiado la
posición de las piernas, pero la postura seguía siendo
parecida. La luz que salía por la puerta del baño me
permitía ahora verte mejor. Continuabas tranquila.
Los sueños, que indudablemente todos tenemos a lo
largo de la noche, debían serte favorables en aquellos
momentos, ya que tu cara transmitía tranquilidad.
Estuve todavía un buen rato recorriendo tu cuerpo.
Mis ojos avanzaban desde tus pies hasta el comienzo
de tu vientre con lentitud y cuidado, como temiendo
que a una velocidad mayor pudieran despertarte.
Te estaba deseando como siempre, pero ahora no
podía tenerte. Ni tan siquiera podía tocarte. Bajé la
persiana despacio sin dejar de mirarte. Tu cuerpo se
fue desvaneciendo en la oscuridad de la habitación
hasta desaparecer por completo. Encendí la luz de la
escalera y todavía tuve tiempo de volver a mirarte.
La iluminación que ahora te llegaba, marcaba tus
formas de una manera más dura, haciendo que la
imagen en color que acababa de estar viendo, se
hubiera transformado ahora en una en blanco y negro.
Seguías seduciéndome en cualquier caso. Volví sobre
mis pasos y dejé caer un beso en tu mejilla. No podía
entretenerme más. Baje rápidamente la escalera y salí
al porche. El aire fresco de la mañana acabó de
despertarme. El ruido del motor del coche al arrancar
me llevó a la realidad. Acababa a empezar un nuevo día.


27 de agosto de 1998

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